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pincho de tortilla y caña

A lo bestia

Un poco más de pulcritud en la ceremonia de la ejecución no le hubiera restado eficacia al mensaje de advertencia

El dedo y la luna

Fin de fiesta

Luis Herrero

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Llevo varios días preguntándome por qué Sánchez ha querido que todo el mundo sepa que el patíbulo donde le han segado el cuello a Álvarez Pallete como presidente de Telefónica estaba instalado en el patio de La Moncloa. Había muchas maneras de proceder a ... su decapitación, pero ha elegido la más grosera: hacerle ir a la guarida presidencial como presidente de una de las empresas más musculosas del Ibex 35 y devolverle a su casa con el finiquito en el bolsillo. Por si alguien no se había enterado de que el bacalao –todo el bacalao– se corta en la pirámide del Faraón. ¿Es un aviso a navegantes? ¿Quiere que se sepa que las campanas aún no doblan a muerto y que los badajos que las hacen sonar pueden ser las cabezas de cualquiera? Esa es la explicación más lógica, sí (lo que no la convierte en razonable), pero aún así no termina de aclararlo todo. Un poco más de pulcritud en la ceremonia de la ejecución no le hubiera restado eficacia al mensaje de advertencia. Sus destinatarios lo habrían pillado a la primera aunque el procedimiento hubiera sido más sutil. Entonces, ¿por qué hacerlo a lo bestia? La única respuesta que se me ocurre es que Sánchez tiene tal cogorza de poder que ha perdido el oremus. Y eso, creánme, no sería tan grave (aún siéndolo, claro está) si no fuera por el hecho de que sus adláteres parecen decididos a seguirle el juego. Lo peor no fue que Calígula nombrara cónsul a su caballo, sino la pasividad de los senadores de Roma. Fui consciente por primera vez de que el poder tiene recursos para todo cuando se lo oí decir a Torcuato Fernández Miranda, en 1976, después de haber conseguido que Suárez formara parte de la terna de candidatos para suceder a Arias Navarro. Era casi un imposible metafísico, con pesos pesados como Areilza, Fraga, Silva o López Bravo implicados en la batalla sucesoria, pero la habilidad sinuosa del zorro asturiano obró el milagro. Sólo los gobernantes burdos ejercen el mando a voz en cuello, descolgando teléfonos, dictando órdenes imperativas o firmando decretos. Un bien mandado, con ambición por ascender, ya sabe lo que tiene que hacer sin necesidad de que se lo pidan de manera explícita. Y lo hará, naturalmente, si huele que el beneficiado por su servicio puede devolverle el favor. El mandamás que cree que la gente le obedece por su valía es el que se golpea el pecho, como un gorila, y presume de musculatura ante los miembros de su manada. El problema es que los gorilas que más rugen son los que han enloquecido o los que se sienten amenazados y tienen que demostrar que siguen siendo los jefes del grupo. Trasladada la metáfora zoológica a la situación humana que nos ocupa, eso es lo que creo que ha hecho Sánchez con Telefónica. Lo que no sé es si su rugido lo ha dictado la locura o la debilidad. En todo caso, pincho de tortilla y caña a que utilizará esa nueva parcela de poder colonizado para tratar de asfixiar a sus adversarios. Y como no entiende de sutilezas, lo hará a lo bestia.

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